Después de florecer en Yemen y convertirse en parte esencial del mundo islámico, el café despertó la atención de Europa. Pero había un obstáculo importante: los árabes no querían que nadie más cultivara café. Para proteger su negocio, exportaban únicamente granos tostados o cocidos, asegurándose de que no pudieran germinar.
Un monopolio bien vigilado
Durante los siglos XV y XVI, el puerto de Moca en Yemen (sí, como el famoso «mocha») se convirtió en el epicentro del comercio global de café. Los mercaderes europeos podían comprarlo, pero no cultivarlo. Era un producto exótico, misterioso y muy valioso.
Los holandeses rompen el cerco
En el siglo XVII, los holandeses, siempre astutos comerciantes, lograron contrabandear algunas plantas fértiles fuera de Yemen. Con estas, establecieron las primeras plantaciones de café fuera del mundo árabe, en la isla de Java (actual Indonesia). Así nació el famoso “Java coffee”.
Desde allí, el cultivo de café se expandió rápidamente por las colonias europeas:
- Francia lo llevó a Martinica (Caribe).
- Portugal lo introdujo en Brasil.
- España lo llevó a Cuba, Colombia y otros territorios.
- Inglaterra lo introdujo en Jamaica.
Nace la industria global del café
A mediados del siglo XVIII, el café ya era una industria global, cultivada en todos los continentes tropicales. Cada potencia europea lo utilizó para fortalecer su economía colonial, y los cafetales comenzaron a cubrir tierras en África, Asia y América Latina.
El monopolio árabe se rompió, pero su legado quedó en la cultura del café: desde las casas de café turcas hasta los métodos de preparación que aún hoy se usan en Oriente Medio.
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