Hoy, el café es sinónimo de energía, creatividad y ritual matutino. Pero en sus inicios en Europa, fue temido, odiado y hasta prohibido. Algunos religiosos lo llamaban “la bebida del diablo”. ¿Por qué una bebida tan popular desató tanta controversia?
Café = herejía
Cuando el café llegó a Europa en el siglo XVII, era una bebida extranjera, oscura y de origen musulmán. Su sabor amargo y su poder estimulante desconcertaban a muchos. Pero el problema no era el gusto, sino su vínculo con el mundo islámico.
Muchos clérigos cristianos lo veían como una “invención del diablo” usada por los musulmanes para mantenerse despiertos en oración, mientras que el vino —la bebida simbólica del cristianismo— representaba lo sagrado.
Algunos incluso creían que beber café podía desviar a los cristianos hacia el islam o corromper la moral.
El Papa que lo cambió todo
El punto de inflexión llegó con el Papa Clemente VIII. Ante las voces que pedían prohibir el café en toda la cristiandad, el Papa decidió probarlo por sí mismo… y le encantó.
Su famosa frase fue:
“Esta bebida del diablo es tan deliciosa que sería un pecado dejar que sólo los infieles la disfruten.”
En lugar de prohibirlo, lo bendijo oficialmente, y eso cambió la historia. A partir de entonces, el café se popularizó en toda Europa, empezando por Italia y Francia.
Prohibido, perseguido… y luego adorado
Antes de ser aceptado, el café fue prohibido en varias ciudades europeas:
- En Venecia, fue considerado una amenaza a la salud pública.
- En Inglaterra, algunos lo veían como conspiración intelectual y lo vincularon con la rebelión.
- En el Imperio Otomano, también fue perseguido cuando los sultanes sospechaban que las casas de café eran centros de disidencia política.
Sin embargo, ninguna de estas prohibiciones duró. El café ganó. No sólo fue aceptado: se convirtió en la bebida de la Ilustración, amada por pensadores, artistas, revolucionarios y empresarios.